Hay toda una generación sintiendo orgullo de ellas detrás de cada pase que dan, de cada gol que marcan, de cada derrota que encajan, porque sí, de las derrotas también se aprende.
Todas recordamos aquellos recreos dónde con suerte te dejaban participar en un partido, porque claro, aquel juego llamado fútbol estaba reservado al género masculino, sin importar lo bien o mal que se te diera, siempre ibas a ser la última a la que escogían para formar equipo, siempre ibas a escuchar un comentario que trataba de ser humillante para el pobre chico al que le hacías un caño o para el chulito que hacía de portero y se comía aquel gol, porque tú, sí, una chica, habías conseguido poner el balón fuera de su alcance y tu tanto subía al marcador. Pobres, una niña haciéndolo mejor que ellos, y en su terreno.
Escuchábamos con envidia cómo le decían al que sobresalía que sería el próximo Ronaldinho, y nos preguntábamos por qué el podría serlo y nosotras no, siendo en muchos casos, superiores física o técnicamente.
No. Para nosotras, las mujeres, no había reservado ni un sólo puesto en la historia del deporte rey de nuestro país, tendríamos que conformarnos con ser sus hinchas, sus fans, y celebrar desde una grada las victorias de un equipo de fútbol masculino era a lo máximo que podíamos aspirar. O eso nos quisieron hacer creer.
Pero llegaron ellas, las que desde sus primeros pasos y sin ser todavía conscientes de la importancia que tendrían en la historia del deporte, dieron un golpe de efecto y se pusieron como objetivo que esa sería su profesión, y que vivirían de lo que hacían con toda su pasión. Y vaya si lo consiguieron. Han coronado la cima mundial del fútbol femenino, han hecho que todo un país se rindiera a una evidencia que toda la sociedad les negaba. Cuando te dan los medios, tú también puedes ser la mejor.
Su lucha ha sido una de las más duras de los últimos años, tenían todo en contra, muy poca gente creía en ellas y las que lo hacíamos antes del Mundial de Australia y Nueva Zelanda, nos tuvimos que partir la cara de manera figurada cada vez que se debatía su profesionalidad o su buen hacer. La propia RFEF, los medios de comunicación, hasta los entrenadores “profesionales”, y ni hablemos de sus homónimos masculinos, nadie las apoyaba, y ellas se levantaron una y otra vez contra todos ellos, hasta culminar con el momento en el que levantaron la ansiada copa al grito de: somos campeonas del puto mundo.
Porque sí, el puto mundo estaba a sus pies y ellas, y solo ellas, sabían lo mucho que había costado conseguirlo.
Pero han llegado para quedarse. Hace unos días se proclamaban campeonas de la Nations League en un partido vistoso, desplegando un gran juego y dejando un mensaje contundente: el mundial no fué una casualidad.
Volvimos a verlas levantar los puños, bailar de felicidad, entonar el “We are the champions” y besar una y otra vez el trofeo que ha significado la confirmación de que estamos disfrutando de una generación ganadora, sobre el césped y fuera de él. ¡Y qué forma tan bonita de decirlo! Con Irene Paredes, esa eterna capitana a la que el fútbol le debía ese momento, alzando al cielo el trofeo que daba forma a la victoria de ese grupo excepcional que ya sacó su billete para salir volando hacia su próximo objetivo: los Juegos Olímpicos.
Son lucha, pelea, orgullo y buen hacer. Son las mejores.